Consejo Mundial de Iglesias
COMITÉ EJECUTIVO
Uppsala (Suecia, 2 a 8 de noviembre de 2018)
Doc. No. 03.5
Declaración sobre la violencia sexual y de género y sobre el Premio Nobel de la Paz de 2018
“Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28)
En marzo de 1992, el Consejo Mundial de Iglesias escribió al Secretario General de las Naciones Unidas: “En varios foros internacionales, las mujeres instan a las Naciones Unidas a reconocer que la violencia contra las mujeres constituye una violación de los derechos humanos básicos de la mitad de la población mundial. Como cristianos apoyamos esas iniciativas, guiados por la firme convicción de que todos los seres humanos están hechos a imagen de Dios y merecen protección y cuidado”. Al leer los signos de nuestros tiempos, se aprecia un aumento de la violencia sexual y de género contra las mujeres, los niños y las personas vulnerables. El propósito de la presente declaración es hacer un llamado desde el CMI para que se adquieran nuevos compromisos y se incrementen las contribuciones para detener, prevenir y responder a la violencia sexual y de género.
Este llamado para hacer frente a la violencia sexual y de género se basa en los resultados de una consulta reciente que marcó el 20º aniversario del Decenio Ecuménico de las Iglesias en Solidaridad con las Mujeres (1988-1998), que tuvo lugar en Kingston (Jamaica), del 1 al 6 de octubre de 2018. También está inspirado en el Premio Nobel de la Paz de 2018, otorgado al Dr. Denis Mukwege y a la Sra. Nadia Murad, cuyo trabajo representa los problemas más destacados en la consulta y los que fueron abordados en el propio Decenio Ecuménico.
Al escuchar los dolorosos testimonios y las inspiradoras historias de las sobrevivientes de la violencia sexual y de género, se nos alienta y se nos reta a afirmar la dignidad, los derechos y las necesidades de todas las mujeres, niños y demás personas vulnerables –o que pasan a ser vulnerables– a ese tipo de violencia.
Reconocemos que la violencia sexual y de género es evidente en muchos contextos diferentes y, a menudo, ocultos, en particular en el abuso conyugal y en el 'matrimonio infantil', y que sus riesgos y consecuencias se ven agravados por el estigma, la discriminación racial, las divisiones socioeconómicas, la pobreza, el abuso, los conflictos armados y la falta de acceso a la salud reproductiva de calidad. Los problemas relacionados con el comportamiento sexual humano y las relaciones de género dentro de la familia son un tabú en muchas iglesias y comunidades eclesiásticas, lo que impide que la iglesia sea un lugar seguro y de protección para las mujeres que son víctimas de la violencia sexual y de género, o están amenazadas por ella. La iglesia debe contribuir activamente a la eliminación de este tipo de violencia y abuso.
El Objetivo 5.3 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas exige la erradicación del 'matrimonio infantil' y la mutilación genital femenina para 2030. Se estima que 20 millones de niñas y mujeres aún no tienen acceso a servicios y educación integrales de salud sexual y reproductiva. Es indispensable que la iglesia, en asociación con la sociedad civil, asociados gubernamentales e intergubernamentales, tome las medidas necesarias para romper la cultura del silencio y abordar los problemas que afectan a las mujeres y las niñas, las familias y las comunidades de todo el mundo.
El Premio Nobel de la Paz de 2018 otorgado a Denis Mukwege y Nadia Murad supone un estímulo para todos aquellos que trabajan para poner fin al uso de la violencia sexual como arma de guerra. Denis Mukwege es un médico que ha ayudado a miles de víctimas de la violencia sexual en la República Democrática del Congo y ha condenado el uso de la violencia sexual contra las mujeres como estrategia y arma de guerra. Nadia Murad es una sobreviviente de crímenes de guerra que fue secuestrada, violada repetidamente y maltratada por los combatientes del llamado 'Estado Islámico' (ISIS) que atacaron su comunidad yazidí en el norte de Irak, en 2014, con intención genocida. Desde que escapó, ha hablado de su experiencia y se convirtió, en 2016, en la primera Embajadora de Buena Voluntad de las Naciones Unidas para la Dignidad de los Sobrevivientes de la Trata de Personas.
Destacamos que tanto la República Democrática del Congo como Irak son países prioritarios en la peregrinación de justicia y paz. Recordamos la declaración pública del CMI de 2009, condenando la violencia contra las mujeres en la República Democrática del Congo, y reconocemos el trabajo realizado por el CMI para promover la cohesión social en Irak, y para impulsar y proteger los derechos de las minorías religiosas en ese país.
Mediante los Compromisos de las iglesias con la niñez, todos estamos llamados a brindar un espacio seguro y abierto para la participación de los niños en la vida de nuestras iglesias y en la sociedad, y para ser defensores y actores más eficaces de la eliminación de la violencia contra los niños.
El Decenio Ecuménico de las Iglesias en Solidaridad con las Mujeres dio voz a historias similares de violencia sexual y de género de hace 30 años. La realidad actual parece aún más brutal, con tantas niñas en campos de refugiados 'casadas' como 'protección' contra la violencia sexual; la persistencia de la violación y la violencia sexual como armas de guerra; tantas vidas perdidas o arruinadas por la discriminación basada en el género, la raza, la pobreza o la sexualidad humana; e instituciones políticas y sociales, incluida la iglesia, que siguen dando muestras de misoginia, impunidad y discriminación, a pesar de las duras batallas libradas por tantos para lograr la equidad y la liberación.
El Comité Ejecutivo del CMI, reunido en Uppsala (Suecia), del 2 al 8 de noviembre de 2018, por consiguiente:
Insta a las iglesias miembros del CMI y a sus asociados ecuménicos a condenar –o a volver a condenar– la violencia sexual y de género y cualquier forma de violencia contra las mujeres, los niños y las personas vulnerables; a declarar esa violencia un pecado; y a emprender esfuerzos constructivos para dejar atrás las actitudes que predisponen a ese tipo de violencia, incluso mediante el desarrollo de políticas claras de acoso sexual, que expliquen claramente las consecuencias de dicho acoso.
Anima a las iglesias miembros del CMI y a sus asociados ecuménicos a seguir trabajando con organizaciones y grupos locales para hacer frente a todas las formas de violencia sexual y de género, y proporcionado apoyo, en particular para la sanación del trauma de las mujeres, niñas y otras personas vulnerables a tal violencia en sus comunidades.
Alienta a la creación de nuevas formas de comunicación y colaboración más efectivas entre las iglesias miembros del CMI y los grupos locales de defensa de la justicia de género, en particular para la participación y la promoción de la campaña Los jueves de negro.
Hace un llamado a las iglesias miembros del CMI y a sus asociados ecuménicos para que formen urgentemente redes de acción para detener las agresiones, los abusos y el asesinato de mujeres, niñas (incluido el feticidio femenino) y de otras personas vulnerables en sus contextos, y para que identifiquen claramente el 'matrimonio infantil' como una violación y una forma de abuso contra las niñas.
Alienta a las iglesias miembros del CMI y a sus asociados ecuménicos a brindar apoyo a las organizaciones de niños y hombres para que se conviertan en espacios para la transformación y la afirmación de masculinidades positivas y no violentas.
Exhorta a las iglesias miembros del CMI y a sus asociados ecuménicos a promover que las auditorías de los presupuestos institucionales apliquen una perspectiva de justicia de género en todos los niveles operativos.
Anima a las iglesias miembros del CMI, a sus asociados ecuménicos y a sus instituciones y redes teológicas a promover la investigación sobre la justicia de género para ejercer una influencia sobre el desarrollo curricular religioso, ecuménico, interreligioso e intercultural.