Rvda. Jane Stranz*
Texto
“Entonces se desencadenó una tempestad de viento en el lago, y ellos se anegaban y peligraban. Acercándose a él, lo despertaron diciendo: ‘¡Maestro, Maestro! ¡Perecemos!’
Y despertándose reprendió al viento y al oleaje del agua; y cesaron y se hizo bonanza. Entonces les dijo: ‘¿Dónde está la fe de ustedes?’” (Lucas 8: 23-25).
Jesús dijo también a las multitudes: “Cuando ven la nube que sale del poniente, luego dicen: ‘Va a llover’. Y así sucede. Cuando sopla el viento del sur, dicen: ‘Hará calor’. Y lo hace. ¡Hipócritas! Saben interpretar el aspecto del cielo y de la tierra, ¿y cómo no saben interpretar este tiempo?” (Lucas 12:54-56).
Reflexión
En momentos de mal tiempo o tormenta, como los discípulos tenemos tendencia a perder la fe y pedir a Dios que arregle el problema: “¡que salga el sol!”, “¡que llueva!”, “¡que pare el viento!”. Unos capítulos más adelante, en el mismo evangelio, Jesús habla a la vez con delicadeza y con firmeza a la multitud, utilizando ejemplos y parábolas de la vida cotidiana. Al final, al parecer bastante exasperado, tacha a los presentes de hipócritas por interesarse más por el tiempo que por interpretar los signos de los tiempos. Trabajar por la justicia climática e hídrica no solo nos insta a una conversión ecológica, a trabajar por la resiliencia climática a nivel local y global; sino que también desafía el lenguaje que utilizamos para la defensa y cómo pensamos en Dios.
El grito de Jesús de “hipócrita” resuena en mi mente cuando pienso en cómo abogar por la justicia hídrica en este momento paradójico, cuando parte de Francia está inundada y otras regiones ya anunciaron sequías a principios de año. Al mismo tiempo, los medios de comunicación critican a la poderosa industria francesa del agua mineral embotellada por no respetar las normas que rigen el tratamiento del agua natural. A los consumidores se les vende agua embotellada cara, que es menos pura que nuestra agua del grifo, envasada con falsos reclamos en las etiquetas.
Mientras tanto, tengo que admitir que, al igual que la gente del Evangelio de Lucas, yo también he estado contemplando el tiempo últimamente. Francamente, es un poco triste, ya que la vista desde la ventana de mi oficina aquí en los suburbios de París no es muy alentadora en la mayoría de los casos. La ventana ofrece u paisaje a través de unas barandillas metálicas sobre el tejado gris ondulado del vestíbulo de la iglesia y hacia los muros grises de hormigón de un hospital muy funcional. Unas vistas que no han mejorado con las lluvias torrenciales de los últimos meses ni con la certeza de que el agua volverá a caer fuertemente por las goteras del tejado de la iglesia.
Luego pienso en las fotos que me envió mi ahijado de las recientes inundaciones en Bangladesh, y en un vídeo que me envió un amigo de Sri Lanka con el agua hasta las rodillas en su iglesia hace unas semanas. Nuestros problemas del primer mundo no tienen la misma magnitud. Sin embargo, intuyo que quizá no sea el mejor momento para hablar a mi congregación de que formen parte de la Comunidad Azul. En conversaciones sobre cuestiones climáticas con algunos feligreses, me confiesan con firmeza que tienen fe en que Dios no nos dejará perecer. Tengo la sensación de que casi me están diciendo: “¿Dónde está la fe de usted?”. La misma lluvia cae sobre nosotros. Vivimos el mismo mal tiempo y buen tiempo. Leemos el mismo evangelio pero no lo interpretamos de la misma manera. Vivimos los mismos tiempos pero no interpretamos los signos de esos tiempos de la misma manera.
La Cuaresma es el momento del año eclesiástico en el que se nos invita a pensar más claramente sobre cómo vivimos nuestra experiencia de la gracia liberadora de Dios en Jesucristo en las contradicciones de nuestra vida cotidiana. El proceso no es fácil. Una llamada a la conversión: de confiar en un Dios con poderes mágicos a tener fe en un Dios que nos llama a participar activamente en el milagro de superar el miedo. Jesús nos exhorta a que compartamos la interpretación de los signos de los tiempos y a emprender juntos una acción responsable por el Reino.
Los meteorólogos nos dicen claramente que cada uno de los últimos seis meses ha sido el más cálido jamás registrado. Nuestros patrones meteorológicos globales son cada vez más impredecibles. Tiempo de tormentas, sequías, lluvias inusualmente intensas, derretimiento de nieve, aumento del nivel del mar y una fuerte presión a nivel mundial en el acceso equitativo al agua potable.
En la más difícil de las tormentas y en las peores condiciones meteorológicas, Dios nos llama a alejarnos de la hipocresía y a acercarnos a una fe más profunda. Es un llamado a renovar nuestra relación con Dios, con el planeta y con nuestros vecinos.
En los últimos capítulos de su libro Blessed are the Consumers (Benditos sean los consumidores), la teóloga Sallie McFague se refiere a “la continuidad entre el comportamiento personal y las actitudes públicas”. Es un llamado a desarrollar una en Dios más adulta, y a modelarnos en la reciprocidad entregada de Dios, avanzando cada día para asegurar nuestro futuro común.
McFague nos anima a cambiar nuestra forma de pensar y actuar, y a no “descansar nostálgicamente en los acogedores brazos de la naturaleza ni utilizarla para nuestros caprichos desmedidos, sino acercarnos a ella como si de una amiga valiosa se tratase. ...La naturaleza no es ni nuestro juguete ni nuestra esclava, sino nuestro “prójimo” que exige que nos acerquemos a él o ella con el aprecio y la objetividad propios de personas adultas”.
Por la gracia de Dios, que seamos transformados para que podamos leer realmente los signos de nuestros tiempos y encarnemos la defensa de la justicia del agua y del clima de una manera que demuestre que creemos en las fieles promesas de Dios para la humanidad y todo el mundo habitado.
Para más debate, reflexión y acción
–¿Qué cambios podría hacer su iglesia o grupo para hacerse miembro de la Comunidad Azul?
–¿Cómo superamos el miedo y la ansiedad ante la emergencia climática para compartir el mensaje inspirador de que nuestros actos pueden tener un impacto significativo en nuestro futuro común?
–¿Cómo desarrollamos nuestra relación con Dios mientras defendemos la resiliencia climática? En su libro, La vida juntos, el teólogo y mártir alemán, Dietrich Bonhoeffer, anima a la práctica espiritual del agradecimiento por las pequeñas bendiciones cotidianas. Comenzar con gratitud en lugar de con una súplica cambia nuestra manera de interactuar con Dios y con los demás.
–Sallie McFague propone un cambio integral y sostenible. Se puede transformar el panorama global cuando muchas personas incorporan pequeños cambios en su vida cotidiana. ¿A qué puedo comprometerme?
*La Rev. Jane Stranz es ministra de la Iglesia Reformada Unida y de la Iglesia Protestante Unida de Francia y trabaja en una pequeña parroquia luterana de las afueras de París. Participa en las redes Eglise verte, Greenfaith y Action-Contemplation. Ecumenista comprometida, comunicadora y teóloga feminista, en ocasiones se encarga de la sala de prensa en reuniones ecuménicas. En 2008, junto con Maike Gorsboth, excoordinadora de la Red Ecuménica del Agua del CMI, desempeñó un papel decisivo en el lanzamiento de la campaña, Siete Semanas para el Agua.
1 Libro, Blessed are the Consumers, Climate Change and the Practice of Restraint (Benditos sean los consumidores, el cambio climático y la práctica de la moderación), Sallie McFague, 2013, Fortress Press.