Rev. Audra Hudson Stone and Jacob Stone, USA*
Texto:
Mateo 27: 45-46; 50-51 (RVA-2015)
Desde el mediodía descendió oscuridad sobre toda la tierra hasta las tres de la tarde. Como a las tres de la tarde Jesús exclamó a gran voz diciendo:
—¡Elí, Elí! ¿Lama sabactani?, (esto es: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”).
Pero Jesús clamó otra vez a gran voz y entregó el espíritu.
Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló y las rocas se partieron.
Reflexión:
A lo largo de gran parte de la historia de la Tierra, las catástrofes naturales han sido precisamente eso: naturales. La tierra muestra las cicatrices de terremotos vetustos y las ondas de antiguas inundaciones. Pero, en los últimos siglos, desde el advenimiento de la revolución industrial, estos fenómenos que modifican el paisaje y la vida se han vuelto cada vez más antinaturales.
El aumento de la temperatura global, la destrucción de hábitats y la explotación de los recursos provocados por el ser humano han contribuido, todos ellos, a que se produzcan catástrofes y fenómenos meteorológicos extremos más devastadores.
Concretamente, se han intensificado las catástrofes relacionadas con el agua a causa de la actividad humana. Desde la década de 1980, la fuerza, la intensificación y la incidencia de los huracanes han ido aumentando cada año. En el sur de Estados Unidos, los dos ciclones tropicales más costosos registrados sucedieron en los últimos 20 años. Además, en nuestro contexto local de Michigan, el aumento de los patrones de precipitación y las tormentas extremas han hecho de las inundaciones extremas un fenómeno más frecuente.
Aunque sea cierto que el agua es vida, también somos testigos de su poder destructivo. La Tierra está respondiendo al daño que le ha infligido el ser humano.
El Evangelio de Mateo nos recuerda que esta respuesta no es nueva. Al igual que sucede con las inundaciones y las tormentas de nuestro tiempo, la Tierra tembló y el cielo se oscureció cuando los humanos dieron muerte a Jesús. La tierra respondió físicamente al daño causado por aquellos que codiciaban el poder y el control.
Al igual que muchas comunidades en primera línea de la crisis climática, Jesús fue víctima del imperio, de un sistema que prioriza a unos pocos por encima de la mayoría. Su visión de la justicia y la misericordia, y la prioridad que daba a los marginados, eran una amenaza para aquel orden imperante. La muerte de Jesús fue un intento de silenciar una nueva estructura de poder más equitativa. Lo mataron para mantener la codicia, el poder y el control del statu quo.
Cuando Jesús clamó por última vez en la cruz, la Tierra respondió del mismo modo. También clamó por el continuo poder mortífero del imperio, por el daño continuado que causarían sus modelos de injusticia y codicia. Las rocas se partieron, el cielo se oscureció y la Tierra tembló de dolor y en señal de protesta.
La Cuaresma es el momento en la vida de la Iglesia que nos llama a la autorreflexión, la confesión y el arrepentimiento deliberados. Especialmente ahora, no debemos apartar la mirada de historias sagradas como éstas, que nos recuerdan las consecuencias de la codicia y del ansia desmedida de poder y control. Especialmente ahora, debemos prestar atención a los clamores de la Tierra y a los clamores de los marginados, que se ven afectados de forma desproporcionada por la crisis climática.
Pero no debemos olvidar el final de esta historia. Debemos recordar que la muerte no es el fin para Jesús, ni para nosotros. En la mañana de Pascua, recordamos que el amor, la justicia y la misericordia de Dios prevalecen. La resurrección señala la realidad de que la sanación y la plenitud son posibles para la comunidad de la creación.
Y en su cuerpo resucitado, Jesús nos invita a formar parte de ella. Jesús, en palabras de Wendell Berry, nos invita a “practicar la resurrección”, promoviendo activamente la justicia, la misericordia y la vida nueva ante el daño y la muerte.
Las señales de la resurrección ya están entre nosotros. En 2020, en el centro de Michigan donde vivimos, un periodo de lluvias torrenciales provocó la rotura de dos presas, lo que provocó una gran inundación que desplazó temporalmente a 10 000 personas. Los paisajes de nuestros ríos y lagos se alteraron dramáticamente. Ciento cincuenta hogares quedaron destruidos y los daños ocasionados superaron los 200 millones de dólares estadounidenses.
Pero esta catástrofe no quedó sin respuesta. En los días, semanas, meses y años siguientes, miles de personas se movilizaron para apoyar y reanimar a la comunidad afectada por este desastre. En nuestra Iglesia Metodista Unida se enviaron alimentos, dinero y oraciones, junto con equipos de respuesta al desastre que se unieron para realizar las prolongadas labores de recuperación. Se repararon y reconstruyeron casas, se retiraron escombros y se recompusieron vidas. La inundación dejó cicatrices indelebles en la tierra y en la comunidad; pero la sanación comenzó con la acción colectiva y la tarea de practicar la resurrección.
En este momento de crisis climática, en el que somos testigos de cómo el agua que da la vida se convierte en un agente de destrucción que cambia la vida, debemos aceptar la invitación de Jesús a la resurrección. Nuestra Tierra está clamando, respondiendo al modo en que nuestras acciones y nuestra codicia colectiva causan la muerte de los más marginados de entre nosotros. Pero recordemos que la muerte no tiene la última palabra. El arrepentimiento y la transformación son posibles. Debemos practicar la resurrección.
Preguntas:
¿Dónde ha experimentado el clamor de la Tierra en su contexto? ¿Cómo está lamentándose con la tierra?
¿En qué lugar de su comunidad puede practicar la resurrección, ayudando a responder a las catástrofes y necesidades emergentes relacionadas con el clima?
Acciones:
Visite un lugar de su comunidad que haya sufrido injusticias o daños medioambientales. Laméntese y discierna cómo Dios le está llamando a la labor de sanación.
Póngase en contacto con un equipo local de respuesta ante catástrofes o apóyelo.
Recursos:
Comité Metodista Unido de Auxilio (UMCOR, por sus siglas en inglés): https://umcmission.org/umcor/
Después de la tormenta: https://afterthestormmi.org/
Respuesta a crisis de las Naciones Unidas (United Nations Crisis Relief): https://crisisrelief.un.org/about
*La Rvda. Audra Hudson Stone y Jacob Stone son coorganizadores del Grupo de Trabajo sobre Justicia Medioambiental de la Conferencia de Michigan de la Iglesia Metodista Unida. Viven en Mount Pleasant, Michigan, Estados Unidos. Son antiguos alumnos de la Escuela Ecológica 2023 del Consejo Mundial de Iglesias para Europa y Norteamérica. Audra y Jacob están casados y trabajan juntos con adultos jóvenes, entre otros, en cuestiones ecológicas.
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