Texto: Isaías 42:1-9

Reflexión:

Hay un pueblo en el Valle Central de California llamado Allensworth. Está a unas horas de camino desde cualquier otro lugar y se pierde fácilmente en la telaraña de autopistas estatales y caminos locales errantes que se tuercen a un lado y a otro entre huertos de almendros.

La tierra es dura. Más dura de lo que debería ser. Mas dura de lo que ha sido jamás. Las décadas de explotación agrícola intensa de los administradores de fondos de inversión y granjeros que no tienen la imaginación moral para ver más allá de las ganancias inmediatas han secado la tierra. También lo ha hecho el cambio climático. Cuando el cnel. Allensworth fundó el pueblo en 1908 como un lugar para los afroestadounidenses que buscaban una oportunidad para ser libres y vivir bien, estaba a las orillas del lago Tulare. Los granjeros negros ahora son solo ecos de la historia debido a políticas racistas que los orillaron a dejar esas tierras. El lago Tulare, que alguna vez fue el lago más grande al oeste de las Montañas Rocallosas ahora es apenas una sombra de lo que fue. Las aguas que con certeza bajaban de las lejanas sierras en los deshielos de primavera han menguado y las lluvias estacionales apenas son lloviznas.

La agricultura insostenible y el cambio climático han provocado que las capas freáticas en el Valle Central desciendan, lo que ha provocado un aumento en la concentración de arsénico en el suelo. El arsénico es un elemento presente en la naturaleza que, en pequeñas cantidades, tiene pocos efectos en nuestra salud. Sin embargo, sus niveles en los suelos de Allensworth han llegado al punto de ser tóxicos y no solo tornan el agua imbebible, sino también insegura para cocinar o ducharse. En esta lamentable situación, los pobres residentes de la comunidad deben comprar agua para satisfacer todas sus necesidades. La mayoría de los residentes de Allensworth son personas de piel negra y morena. La mayoría de ellos viven en la pobreza. Por supuesto, esto no es un accidente. Nunca lo es. Cuando la tierra y sus frutos se vuelven mercancías, también lo hacen las personas que la trabajan.

La última semana de Cuaresma es una paradoja. Nos paramos al borde del precipicio sabiendo que la muerte nos espera un poco más adelante en el camino y, lo que es aún peor, que el encuentro con la muerte es inevitable e irreversible, al menos hasta que no lo sea más. El 2020 fue un año de muerte. La pandemia de Covid-19 llevó a millones de personas en el mundo a una muerte prematura. Pero también llevó la muerte a innumerables rituales y momentos en comunidad y a sueños por los que hemos trabajado duro y de los que nos tenemos que despedir. Para muchos, trajo la muerte de la razón, la muerte de la seguridad e incluso de la esperanza.

Es difícil encontrar la esperanza cuando la muerte pudiera estar detrás de cada respiro, cada saludo, cada demostración de amor. Pero si la Semana Santa nos enseña algo, es que la muerte no es definitiva. La muerte es la hermana de los sueños y los sueños engendran esperanza. No debemos olvidarnos de soñar. No debemos olvidar que dentro de Dios existen agua y semillas de vida que no podemos comprender y que la bondad no se agotará sino hasta que se haya implantado la justicia en la Tierra. (Is. 42.2)

Recuerdo al Dios que constantemente hace posible lo imposible. Para quien la muerte no obliga. ¿Quien restaura lo que se ha descompuesto y da vida a un valle de huesos? Para mí, soñar con la belleza es un deber. Soñar en el acto de creación, la esperanza y la sanación y, después, empezar a trabajar para realizar esos sueños.

En Allensworth, un grupo de residentes, científicos, ambientalistas y personas de buena voluntad se reunieron para sanar. Entre las filas de huertos de almendros de las corporaciones, este grupo está plantando flores y vegetales para sanar y rehabilitar la tierra extrayendo el arsénico hacia sus raíces y fibras. Con cada temporada de crecimiento, cosecha, descomposición y nuevo crecimiento, el suelo se vuelve más sano, más vivo. A medida que sana el suelo, el agua también sana. Su esfuerzo es pequeño, como todo en sus inicios, pero crecerá y, a medida que crezca, las personas, la tierra y el agua encontrarán vida nueva juntos.

Preguntas para debatir

  1. El bautismo se usa para simbolizar el renacimiento y los nuevos comienzos. ¿Qué significaría para nosotros bautizar la tierra y las aguas que nos sustentan a nosotros y a los ecosistemas en los que vivimos?
  2. ¿En dónde ve usted una relación entre el dolor en el mundo natural y el dolor en nuestra sociedad? ¿Cómo pudiera la sanación de uno contribuir a la sanación del otro?
  3. El cambio climático tiene un impacto desproporcionado en las comunidades marginadas. ¿Quién en su comunidad está en mayor riesgo por la contaminación o por zonas tóxicas y por qué el riesgo para ellos es mayor que para los demás?

Acciones

  1. Dedique un tiempo para aprender acerca del uso del agua en su zona y cómo afecta al ecosistema local. ¿Quién lo administra y cómo?
  2. ¿Qué puede plantar usted en su jardín o en su iglesia que pueda ayudar a rejuvenecer los suelos y sanar la tierra?
  3. Investigue quién en su comunidad o en el área circundante no tiene agua potable y depende del agua embotellada para satisfacer sus necesidades diarias. Puede ayudar económicamente o creando conciencia.
  4. Haga análisis de su suelo y sus aguas para saber qué contienen.

Recursos: 

  1. https://watersheddiscipleship.org
  2. https://centerforearthethics.org/resources-legacy/water-liturgies/
  3. https://blackchurchfoodsecurity.net
  4. http://interfaithfood.org/resources/congregational-toolkit/
  5. https://centerforearthethics.org/wp-content/uploads/2019/02/LOVE-THE-WATER-Steps-to-build-Community-and-Congregation-around-Water-2-1.pdf  

* Andrew Schwartz vive en la bella ciudad de Portland, Oregón con su maravillosa esposa e hija. Es el director de Sostenibilidad y Asuntos Globales en el Center for Earth Ethics.