¿Por qué Jesús fue crucificado? ¿Cuáles son las implicaciones para el significado que la cruz de Jesús tiene hoy para nosotros? Ahora que se acerca la Semana Santa, intentamos seguir los pasos de Jesús mientras recorre el camino de Jericó a Jerusalén, el último tramo de su viaje, un viaje que terminará con su muerte unos días más tarde.
La siguiente serie de reflexiones analiza diversas paradas en el último viaje de Jesús. Empezamos con su experiencia en Jericó, pues es allí donde deberá tomar sus primeras decisiones difíciles y trascendentales.
Para abordar con mayor profundidad la vida, pasión y muerte de Jesús, es importante analizarla en el contexto de la historia y la política del período del Nuevo Testamento. No existen ni deben existir simples correlaciones entre la situación de entonces y la actual. Pero la pasión no puede entenderse al margen de la política. Jesús vivió su vida en un contexto en el que sus compatriotas (y otros) diferían profundamente en cuanto a sus respuestas a las realidades políticas de la época. ¿Se debía apoyar la dominación romana? ¿Actuar en connivencia con el imperio en beneficio propio? ¿Oponerse a él recurriendo, de ser necesario, a la fuerza armada? ¿Anhelar un Mesías, un “hijo de David”, que vendría y triunfaría sobre los enemigos de su pueblo? ¿Intentar aislarse y esconderse para estar seguros? Al recorrer con Jesús su camino, que podemos decir que realmente ha cambiado el curso de la historia de la humanidad, resuenan los ecos de estas preguntas tanto en los textos bíblicos como en el panorama con que se encontró.
Los encuentros de Jesús en Jericó, en particular tal como se presentan en el Evangelio de Lucas, dejan presagiar las decisiones y opciones que pronto tendrá que tomar.
Lucas 18:35 -19:28
35 Aconteció, al acercarse Jesús a Jericó, que un ciego estaba sentado junto al camino mendigando. 36 Este, como oyó pasar a la multitud, preguntó qué era aquello. 37 Y le dijeron que pasaba Jesús de Nazaret. 38 Entonces él gritó diciendo: —¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! 39 Los que iban delante lo reprendían para que se callara pero él clamaba con mayor insistencia: —¡Hijo de David, ten misericordia de mí! 40 Entonces Jesús se detuvo, mandó que se lo trajeran y, cuando llegó, le preguntó 41 diciendo: —¿Qué quieres que te haga? Y él dijo: —Señor, que yo recobre la vista. 42 Jesús le dijo: —Recobra la vista; tu fe te ha salvado. 43 Inmediatamente recobró la vista, y lo seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, dio alabanza a Dios.
19 Habiendo entrado Jesús en Jericó, pasaba por la ciudad. 2 Y he aquí, un hombre llamado Zaqueo, que era un principal de los publicanos y era rico, 3 procuraba ver quién era Jesús pero no podía a causa de la multitud porque era pequeño de estatura. 4 Entonces corrió delante y subió a un árbol sicómoro para verle, pues había de pasar por allí. 5 Cuando Jesús llegó a aquel lugar, alzando la vista lo vio y le dijo: —Zaqueo, date prisa, desciende; porque hoy es necesario que me quede en tu casa. 6 Entonces él descendió aprisa y lo recibió gozoso. 7 Al ver esto, todos murmuraban diciendo que había entrado a alojarse en la casa de un hombre pecador. 8 Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: —He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres y, si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. 9 Jesús le dijo: —Hoy ha venido la salvación a esta casa, por cuanto él también es hijo de Abraham. 10 Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido.
11 Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola por cuanto estaba cerca de Jerusalén y porque ellos pensaban que inmediatamente habría de ser manifestado el reino de Dios. 12 Dijo, pues: “Cierto hombre de noble estirpe partió a un país lejano para recibir un reino y volver. 13 Entonces llamó a diez siervos suyos y les dio mucho dinero diciéndoles: ‘Negocien hasta que yo venga’. 14 “Pero sus ciudadanos lo aborrecían, y enviaron tras él una embajada diciendo: ‘No queremos que este reine sobre nosotros’. 15 “Aconteció que, cuando él volvió después de haber tomado el reino, mandó llamar ante sí a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero para saber lo que habían negociado. 16 Vino el primero y dijo: ‘Señor, tu dinero ha producido diez veces más’. 17 Y él le dijo: ‘Muy bien, buen siervo; puesto que en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades’. 18 Vino el segundo y dijo: ‘Señor, tu dinero ha hecho cinco veces más’. 19 También a este le dijo: ‘Tú también estarás sobre cinco ciudades’. 20 Y vino otro y dijo: ‘Señor, he aquí tu dinero, el cual he guardado en un pañuelo. 21 Porque tuve miedo de ti, que eres hombre severo, que tomas lo que no pusiste y cosechas lo que no sembraste’. 22 Entonces él le dijo: ‘¡Mal siervo, por tu boca te juzgo! Sabías que yo soy hombre severo, que tomo lo que no puse y cosecho lo que no sembré. 23 ¿Por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco para que, al venir yo, lo cobrara junto con los intereses?’. 24 Y dijo a los que estaban presentes: ‘Quítenle el dinero y denlo al que tiene más dinero’. 25 Ellos le dijeron: ‘Señor, él ya tiene mucho dinero’. 26 Él respondió: ‘Pues yo les digo que a todo el que tiene, le será dado; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. 27 Pero, en cuanto a aquellos enemigos míos que no querían que yo reinara sobre ellos, tráiganlos acá y degüéllenlos en mi presencia’”.
28 Después de decir esto, iba delante subiendo a Jerusalén.
En tiempos de Jesús, Jericó era, como hoy, una ciudad de paso. Ubicada cerca del extremo sur del valle del Jordán, justo al norte del mar Muerto, era un lugar por el que pasaban los viajeros que iban a Jerusalén desde el este, de la otra orilla del río, o desde el norte, de distintos lugares de Galilea. Tras haber pasado por Jericó, la mayoría de viajeros y peregrinos se dirigía hacia el oeste y emprendía el camino de ascenso que a través de empinadas colinas conducía a Jerusalén, a unos 25 kilómetros de distancia. Era un viaje extenuante por tierras desérticas, en parte también, porque implicaba una subida constante de más de 1000 metros. Jericó, a unos 250 metros bajo el nivel del mar, es la ciudad más baja del mundo. Y la más antigua. La calidez y relativa opulencia del lugar debido a sus abundantes manantiales hizo que fuera un asentamiento muy atractivo para los habitantes de la Edad de Piedra. Ya hacia el año 7000 a. C., se había convertido en una ciudad amurallada con torres de defensa.
A lo largo de los milenios, Jericó fue disputada, destruida y reconstruida muchas veces. En la época del Nuevo Testamento, los acantilados sobre la ciudad ya habían sido fortificados por los gobernantes de la dinastía herodiana para proteger las fronteras orientales de su reino. Como veremos más adelante, los gobernantes herodianos también dejaron una impronta muy visible en la propia ciudad.
Los tres evangelios sinópticos sugieren que Jesús, en su camino hacia Jerusalén, pasó por Jericó, que fue, casi literalmente, la puerta de entrada a su pasión. No obstante, es Lucas quien nos ofrece más detalles. El evangelista narra tres incidentes sucesivos: primero, Jesús se acerca a Jericó y sana a un ciego que estaba mendigando junto al camino (18:35-43); segundo, Jesús entra en Jericó y encuentra a Zaqueo, un recaudador de impuestos (19:1-10); y tercero, Jesús dice una parábola (19:11–27). Los tres incidentes convergen ofreciéndonos una aguda percepción de los desafíos a los que Jesús y sus discípulos se enfrentan en su camino hacia Jerusalén. Estos incidentes dejan claro que el viaje de Jesús a Jerusalén no puede entenderse sin tener en cuenta las dinámicas políticas y sociales de la vida en la época del Nuevo Testamento.
En primer lugar, el ciego. En sus repetidos gritos pidiendo ayuda, el ciego se dirige a Jesús como “Hijo de David” (18:38–39). Son palabras cargadas de implicaciones. David era recordado como el mejor rey de Israel. Fue durante su reinado, unos mil años antes de Jesús, cuando la nación alcanzó su mayor independencia política. Las generaciones posteriores miraron con nostalgia la época de David y esperaron una figura como él, un “hijo de David”, que viniera y reinstaurara la libertad y el prestigio que la nación había gozado en sus tiempos. Muchas de las representaciones del anhelado mesías estaban influidas por las imágenes de David, por muy lejos que estuvieran de la realidad histórica. Llamar a Jesús “Hijo de David” era hacer recaer en él las esperanzas y expectativas de una nación.
En segundo lugar, Zaqueo, el principal de los recaudadores de impuestos, que necesitaba otro tipo de sanación. Zaqueo representaba el mundo del que querían liberarse quienes clamaban al “Hijo de David”. Se había unido a las autoridades romanas que ahora gobernaban Palestina directamente (como era el caso de Jericó y Jerusalén hacia el año 30 d. C.) o indirectamente, por medio de los reyes clientes de la dinastía herodiana (como era el caso de Galilea). Zaqueo recaudaba impuestos en representación de las autoridades romanas. Probablemente, había obtenido este privilegio presentando una mejor oferta que sus competidores en cuanto a lo que estaba dispuesto a ofrecer a las autoridades a cambio de ser su títere. Y ahora debía recuperar su inversión sacando lo máximo posible de aquellos cuyas vidas podía controlar. Que Jesús aceptara comer en casa de Zaqueo debía de resultar muy molesto para aquellos que habían sido víctimas de su acoso. No es de extrañar que todos murmuraran, y no solo sobre Zaqueo.
Y en tercer lugar, la parábola. La versión de Lucas es una forma de lo que a menudo se conoce como la parábola de los talentos, que solemos leer con mayor frecuencia en el Evangelio de Mateo. Sospecho que ello se debe a que en el Evangelio de Lucas la historia del dinero confiado a los siervos se entrelaza de una manera bastante extraña con otro relato, lo cual de cierta forma complica la historia. Pero esta complicación es precisamente lo que Lucas, al llegar a este punto, quiere poner de relieve.
Jesús cuenta, pues, la historia de “cierto hombre de noble estirpe [que] partió a un país lejano para recibir un reino y volver. [...] Pero sus ciudadanos lo aborrecían, y enviaron tras él una embajada diciendo: ‘No queremos que este reine sobre nosotros’”. Habiendo recibido el poder que desea, “se ocupa” de los siervos a quienes había confiado su dinero durante su viaje. Luego, el noble dice: “Pero, en cuanto a aquellos enemigos míos que no querían que yo reinara sobre ellos, tráiganlos acá y degüéllenlos en mi presencia”.
Un rápido vistazo a la historia de la época del Nuevo Testamento indica claramente que Jesús aquí hace referencia a la historia de Arquelao. Arquelao era uno de los hijos de Herodes I el Grande (el gobernante en la época del nacimiento de Jesús). Cuando Herodes murió, las autoridades romanas, que tenían el control total de la región, dividieron su reino entre tres de sus hijos: Herodes Antipas recibió Galilea; Felipe, el territorio de Cesarea de Filipo; y Arquelao, Judea y Samaria, la región donde estaban ubicadas Jericó y Jerusalén. Puede que Herodes I el Grande fuera cruel, pero la reputación de Arquelao, incluso antes de ascender al poder, era peor, por lo que una delegación fue de Jerusalén a Roma para oponerse a que fuera nombrado gobernante de esa región. Pero fue en vano. Roma no escuchó, lo hizo gobernante (con el título de etnarca) y, como era de esperar, al regresar de Roma “habiendo tomado el reino”, Arquelao se vengó de manera despiadada de quienes se habían opuesto a su ascenso. No obstante, su historia dio un giro, pues durante la siguiente década gobernó con tal brutalidad que los fariseos y los saduceos (¡que normalmente discrepaban sobre la mayoría de cosas!) enviaron otra delegación conjunta a Roma pidiendo su destitución. Y esta vez tuvieron éxito. Arquelao fue desterrado a las Galias y se instauró un sistema de gobierno romano directo sobre Judea por medio de prefectos o procuradores (Poncio Pilato fue el quinto en esta sucesión de prefectos).
Lucas nos presenta la parábola con la siguiente observación: “prosiguió Jesús y dijo una parábola por cuanto estaba cerca de Jerusalén y porque ellos pensaban que inmediatamente habría de ser manifestado el reino de Dios”. Existe claramente una relación entre lo que Jesús quería decir a sus discípulos sobre el reino de Dios y esta historia sobre el reinado de Arquelao.
Como he mencionado antes, la dinastía herodiana dejó una huella visible en Jericó. Herodes I el Grande había construido un fastuoso palacio de invierno en la ciudad para escapar del frío de Jerusalén. Arquelao lo agrandó y lo hizo aún más esplendoroso. Las excavaciones han revelado el lujo del complejo. No obstante, en los días del ministerio de Jesús, Arquelao ya había sido desterrado desde hacía más de veinte años: la gloria y el lujo del que se había rodeado habían dejado de ser suyos.
Jesús dice la parábola que hace alusión a la historia de Arquelao con ese palacio como telón de fondo y ayuda visual. Cuando me di cuenta de esto por primera vez –mientras hablaba a un grupo de estudiantes de un curso del St George’s College, Jerusalem–, viví un momento de verdad extraordinariamente poderoso, como también debieron de vivirlo los primeros en escuchar la parábola de Jesús. “Ustedes creen que el reino de Dios está cerca”, pudo haberles dicho Jesús. “¿Pero qué tipo de reino será? ¿Uno cruel como el reino de Arquelao? ¡Rotundamente, no!”. Jesús no dice nada a su público sobre el capítulo final de la historia de Arquelao, pero les permite recordar lo que sucedió dirigiendo la mirada hacia el lugar donde se ubicaba el palacio. El tipo de reinado instaurado por el gobernante que desangró a su pueblo para construirse un lujoso palacio para su propia gloria y placer acabó siendo un fracaso transitorio y ahora, en el exilio, ya no podía gozar de sus frutos. ¿No es, exactamente, la antítesis del reino de Dios?
Estos tres relatos de Lucas, con sus perspectivas políticas divergentes, se agrupan, creo, para sugerir que Jesús se niega a ofrecer una respuesta fácil y directa a los desafíos y expectativas que sus contemporáneos le plantean. Al mismo tiempo, sus palabras y actos dejan claro que el reino de Dios que vino a proclamar tiene consecuencias concretas en todos los aspectos de la vida humana y la sociedad, en la justicia, la paz y la prosperidad de la humanidad y la creación.
“Después de decir esto, iba delante subiendo a Jerusalén” (Lucas 19:28). Jericó es para Jesús la puerta de entrada a Jerusalén. En su camino desde esta ciudad, llevará consigo los desafíos contrapuestos y las respuestas antagónicas a las realidades contemporáneas que nos han sido presentadas tan vívidamente en Jericó. En el encuentro de Jesús con Zaqueo aparece dos veces la palabra “hoy” (Lucas 19:5, 9). De alguna manera, pone de relieve que en Jericó, el propio Jesús “hoy” se enfrenta a un momento de crisis, de tener que tomar profundas decisiones personales que pueden resultar muy costosas.
Sale de Jericó y gira hacia el oeste para emprender la subida a la Ciudad Santa . . .
Por la Dra. Clare Amos, antigua coordinadora del programa de Diálogo y Cooperación Interreligiosos del Consejo Mundial de Iglesias.