“Hoy en día, estamos más dispuestos a orar juntos, a entablar amistad unos con otros y a trabajar juntos para promover un testimonio común ante los gobiernos y las personas», reconoció. “En aquellos tiempos, sin duda, algunos obispos recurrieron a su amistad con el emperador para obtener el resultado que buscaban”.
“No obstante, incluso en un contexto como ese, hubo quienes pusieron su tiempo, su energía y su influencia al servicio de la búsqueda de una unidad real y profunda que perdurase”, afirmó. “Había mucho en juego”, dijo. “La hostilidad que existía entre los diferentes grupos requería reconciliación”.
Durber señaló que los obispos reunidos en Nicea recibieron un imperativo particular orientado a la unidad.
Destacó que la introducción del Credo de Nicea versa sobre la unidad de Dios: “esto supone una ruptura total con el mundo religioso romano”.
Añadió que reflexionar sobre Nicea le ha despertado nuevamente la conciencia del escándalo y los peligros de la desunión. “Ha reavivado en mí la tristeza de que en numerosos centros poblacionales actuales coexistan varias comunidades cristianas y nuestro testimonio se encuentre dividido”, afirmó. “Y no se trata solo de que me guste que las personas mantengan relaciones armoniosas, sino de que la unidad —la unión, la comunión, la solidaridad— es el pilar fundamental de la fe”.