Llevó un tiempo, pero una congregación protestante de Italia aprendió a convivir a pesar de una amplia diversidad cultural. El proceso fue guiado por la convicción de un pastor acerca de que la labor intercultural es una expresión de la unidad cristiana.
“Considero que mi tarea consiste primordialmente en facilitar el proceso del amor. De hecho, el amor es la herramienta principal para construir la unidad”, dice el Rev. Michel Charbonnier.
Este pastor sirve en una congregación metodista en el ámbito de la Unión de Iglesias Metodistas y Valdenses que tiene lugares de reunión en Bolonia y Módena. El amor fue necesario.
A lo largo de los años, personas de numerosos países, incluidos muchos ganeses, se fueron incorporando a la vida de grupos que se reúnen en ambas ciudades. Ahora bien, hace diez años, cuando el número de ganeses comenzó a aumentar, llegando finalmente a cien nuevos miembros tan solo en Módena, la diferencia numérica entre ambos grupos y la falta de un lugar de reunión adecuado dificultaron que siguieran adorando juntos.
La historia en Bolonia fue bastante distinta, pues su grupo ya estaba bien establecido como una comunidad multicultural que hoy cuenta con personas de veintitrés países. El pastor Charbonnier dice que la unidad nació tanto de los relatos compartidos durante comidas y veladas, como a través de programas formales.
“Empecé por ofrecer un espacio donde las personas contaran historias de sus experiencias; personas de distintos bagajes se reunirían a hablar de sus creencias espirituales y éticas, del hecho de ser cristianas en su respectivo contexto y de cómo sería un servicio religioso. No hicimos nada particular, salvo dar espacio, seguridad, ánimos y oportunidades para conocernos mutuamente”, explica el pastor y añade: “Contar historias lleva a que ‘sus historias’ sean las de todo el grupo”.
Al principio fue una dura labor reunir a personas diversas; era preciso ser intencional en lo que se refiere a crear oportunidades de encuentro. Pero con el paso de los años, esas personas llegaron a conocerse mutuamente y, ahora, son instintivamente inclusivas, ya se trate de actividades diaconales, de liturgia y música o de cualquier otro aspecto de la vida de la iglesia.
La grave enfermedad de la hija pequeña de una pareja ganesa fue un momento transformador de amorosa unidad. Cuando los médicos dijeron que ya no se podía hacer más nada por ella, personas de distintos horizontes se congregaron en torno a la familia, cada cual a su manera. Algunas creían que a una persona enferma había que llevarla al hospital, otras creían en el poder de la oración. Cuando la niña fue hospitalizada, debajo de las ventanas del hospital había personas cantando, bailando y orando, recuerda el pastor Charbonnier y dice que eso abrió la discusión sobre las distintas creencias y lo que lleva a la sanación.
La cuestión del poder de la oración dio lugar a discusiones en la iglesia, así como el que tienen las distintas formas de orar que se practican en distintas tradiciones culturales.
“Algunas personas son como el silencio, la calma e incluso un duro banco”, comenta el pastor con una sonrisa y agrega: “Otras dicen ‘tengo que sacudir el cuerpo y gritar a todo pulmón”.
Con el correr del tiempo, la inclusividad se volvió instintiva y ya no hay necesidad de ser intencional al respecto. Pero el pastor advierte que es importante ser vigilante y concluye diciendo: “Es como hacer ejercicios, si uno los interrumpe, el cuerpo deja de beneficiarse”.
En efecto, derribar las barreras a la unidad es una obra de amor.
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