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People gathered at Saint Peter’s Cathedral in February 2021.

Reunidos en la catedral de San Pedro de Ginebra, febrero de 2021.

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Por Odair Pedroso Mateus*

Hay pocos momentos en la historia temprana del Consejo Mundial de Iglesias que plasmen y transmitan el espíritu del movimiento ecuménico moderno tan vivamente como el servicio celebrado en la catedral de San Pedro de Ginebra el 20 de febrero de 1946, menos de un año después de que acabara la Segunda Guerra Mundial.

El pasado sábado, 20 de febrero, llegué a la catedral para asistir a un servicio de oración en recuerdo de ese acontecimiento con media hora de antelación. Exactamente setenta y cinco años después, quería dedicar unos momentos antes del servicio a visitar de nuevo la placa de mármol de la pared de la catedral que conmemora “el primer servicio ecuménico después de la Segunda Guerra Mundial”.

La placa de mármol fue inaugurada diez años después del acontecimiento, en abril de 1956. La iniciativa de conmemorar el 10º aniversario del servicio de 1946 partió del banquero ginebrino Gustave Hentsch. Hentsch y otro banquero protestante ginebrino, Georges Lombard, fueron pioneros en la creación en 1946 del Fondo Ecuménico de Préstamos a las Iglesias, que es hoy la fundación de microcréditos sin ánimo de lucro ECLOF International (Fundación Ecuménica de Crédito).

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Placa de mármol que conmemora el primer culto ecuménico después de la Segunda Guerra Mundial.

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En la placa de mármol, después del nombre y el origen de los celebrantes de 1946, la mayoría de los cuales provenían de países que habían estado en guerra los años anteriores, están inscritas dos referencias bíblicas. La primera, que sin duda alguna va dirigida a las iglesias cuyas divisiones no contribuyeron a evitar que reinara la violencia, es Lucas 15:7: “Habrá más gozo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse”.

La segunda referencia bíblica es de la carta que desde aquellos días hasta el presente ha desempeñado un papel fundamental en la argumentación bíblico-teológica a favor de la búsqueda de la unidad: “Porque él es nuestra paz. De dos pueblos hizo uno solo, al derribar la pared intermedia de separación y al abolir en su propio cuerpo las enemistades. [...] para crear en sí mismo, de los dos pueblos, una nueva humanidad, haciendo la paz…” (Efesios 2:14-15).

Mientras cruzaba el pasillo central de la nave, escuchando el sonido melancólico del silencio de la pandemia, soñé. Era ahora un joven estudiante de Teología, elegido como steward en aquella reunión de 1946 del Comité Provisional del futuro Consejo Mundial de Iglesias. Acababa de oír la emocionante noticia de que en octubre de ese año el Comité Provisional abriría una escuela de formación ecuménica en un antiguo castillo a veinte kilómetros de Ginebra. Durante una pausa para el café, había oído decir que en una visita reciente al lugar, Robert Mackie y Visser ‘t Hooft habían encontrado que “la vieja casa desorganizada con sus innumerables cuadros de Napoleón” no parecía muy acogedora. Sin embargo, la idea de que el lugar, llamado Bossey, pudiera verse precioso “en primavera y verano” les había convencido de manera definitiva.

Entonces en mi sueño, de repente tenía en las manos una página amarillenta de mi diario de steward. Olía como las salas cerradas de antiguas bibliotecas. Estaba fechada el 20 de febrero de 1946 a las 23:45 horas.

«Mis funciones como steward me llevaron esta noche en primer lugar del Hotel des Bergues a la catedral de San Pedro. Algunos delegados que acudían a una recepción ofrecida por la Federación de Iglesias Protestantes de Suiza en el hotel tenían que dirigirse a la catedral para el servicio, que empezaría a las 20:30 horas.

En San Pedro, tenía que asegurarme de que en la iglesia abarrotada todos los delegados del mundo entero que estaban asistiendo a la reunión del Comité Provisional del Consejo Mundial de Iglesias recibieran el orden de culto. La larga procesión de entrada –conté nada menos que cuarenta personas– estaba encabezada por el Rev. Charles Cellerier, moderador de la Venerable Compañía de Pastores de Ginebra fundada por Calvino, y por el fotogénico Rev. Marc Boegner, presidente de la Federación Protestante de Francia.

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El CMI se ha reunido para muchos servicios de oración ecuménicos en la catedral a lo largo de los años. En este lugar, representantes de iglesias de todo el mundo se reunieron el 17 de junio de 2018 con motivo del servicio de celebración que conmemoraba el 70º aniversario del Consejo Mundial de Iglesias.

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A Boegner y Cellerier les seguía el arzobispo de Canterbury, lord Geoffrey Fisher, que conducía el servicio, y el metropolitano Germanos de Tiatira. El metropolitano Germanos se ocupaba de las lecturas de la Biblia. Podría haber celebrado treinta y cinco años de compromiso ecuménico junto con su viejo amigo John Mott. En la procesión también estaba el archimandrita Cassian del Monte Athos y el reconocido Prof. Georges Florovsky del Institut Saint Serge de París.

Desde la época de Calvino, los reformados de la Suiza francófona y los hugonotes franceses, siguiendo una antigua tradición judía, han situado el canto a capela de los salmos en el centro del culto para que los fieles aprendieran a orarlos de memoria. Esta noche no fue una excepción. Un coro –llamado “Le Choeur de la Maîtrise Protestante”– cantó un salmo antes y después de cada sermón. Todavía puedo oír las notas del Salmo 8, rimado por Clément Marot y probablemente armonizado por Claude Goudimel: Domine dominus noster quam admirabile est nomen tuum…

Ahora llego a lo que fue para mí esta noche una especie de epifanía ecuménica. Aunque el servicio comenzó bastante tarde, a las 20:30 horas, hubo tres sermones breves. Las tres alocuciones fueron pronunciadas por tres personas que habían estado en prisión durante la guerra por su resistencia activa a la opresión. Los tres dieron testimonio del consuelo, la comunión y el aliento que experimentaron en prisión gracias a las intercesiones de los cristianos de otras iglesias y otros países.

Al final del último mensaje, de repente caí en la cuenta de que, a pesar de las divisiones entre las iglesias, hay una unidad fundamental en Cristo que ninguna guerra puede destruir porque es el don de Dios; y porque es el don de Dios, tiene que ponerse de manifiesto en, para y por el mundo. ¡Ese es el espíritu del movimiento ecuménico! ¡La iglesia universal fue visible esta noche!

El primer predicador fue el Rev. Dr. Chester S. Miao. Editor de Christian Voices in China (Voces cristianas en China), está preparando un informe sobre “La iglesia cristiana en la China ‘ocupada’”. Miao es el secretario general del Consejo Cristiano de China y dijo que le metieron en prisión en Shanghái, ocupada por los japoneses, durante la guerra. Contó cómo, por casualidad, él y su carcelero japonés descubrieron que ambos eran cristianos y, cuando lo descubrieron, se arrodillaron para orar juntos en su celda de la prisión.

Al Rev. Miao le siguió el obispo Eivind Berggrav, dirigente de la Iglesia Luterana de Noruega. Durante la guerra, el obispo Berggrav estuvo bajo arresto domiciliario en el bosque por su destacado papel en la resistencia de la iglesia contra la ocupación alemana. Predicó en alemán con soltura. Hacia el final de su sermón, el obispo Berggrav contó a los asistentes lo que él llamó “un detalle de su cautiverio”.

La esposa de un campesino estaba decidida a ofrecer al obispo una botella de leche. Los soldados instalados en la entrada del chalet del obispo estaban probablemente durmiendo la siesta debido al calor veraniego. En cualquier caso, la mujer se las arregló para llegar a la ventana de la cocina y susurrar al obispo mientras le pasaba la botella: “Obispo, mi marido estuvo escuchando ilegalmente la T.S.F. ayer y oyó al arzobispo de Canterbury orar por usted”. Berggrav concluyó: “La mujer desapareció de inmediato, pero su mensaje quedó grabado en mí. Parece como si Dios hubiera derribado todos los muros...”.

La última alocución corrió a cargo del Rev. Martin Niemöller, uno de los dirigentes de la Iglesia Confesante en Alemania, que resistió los intentos del régimen nazi de interferir en la vida de la iglesia para obligarla a cumplir las políticas antisemitas del Estado. Niemöller no solo estuvo en prisión, sino también en confinamiento en solitario. Siendo ciudadano de un país que invadió Francia, predicó con soltura en francés.

Niemöller relató a los asistentes que abarrotaban la catedral el día que su padre lo visitó en prisión. “Nunca olvidaré estas palabras de mi anciano padre cuando me visitó por última vez en la oficina de la Gestapo en el campo de concentración de Oranienburg: “Hijo mío, los esquimales del Canadá y los batak de Sumatra te envían saludos y están orando por ti”. Niemöller continuó diciendo que, durante los años que pasó en prisión, saber eso le había permitido “no solo mantener la cordura, sino incluso estar alegre”.

Para un joven protestante a menudo acostumbrado a la realidad de la congregación local y la abstracción de la iglesia universal, esto fue en verdad una epifanía ecuménica. Las divisiones cristianas son pecado y conducen a la violencia. La búsqueda de la manifestación de la iglesia universal es obediencia al Evangelio y conduce a la paz.

Espero que las iglesias divididas no esperen hasta el siglo XXI para poner en práctica el llamado a la unidad visible. Me cuesta imaginar que un día puedan volver a reunirse para recordar lo que ocurrió esta noche. ¿Significaría eso que en el futuro lejano los cristianos divididos habrán olvidado los desastres relacionados con sus divisiones pasadas como las cruzadas, las guerras religiosas y, de hecho, las dos guerras mundiales? ¿No es el movimiento por la unidad cristiana un acto de arrepentimiento por la violencia vinculada a los cismas y por la descristianización inspirada por los antitestimonios cristianos? ¿No es el movimiento ecuménico un acto de paz, de rebelión contra el nacionalismo que utiliza las divisiones confesionales entre los cristianos para colocar el cristianismo étnico por encima de la pertenencia mutua y la responsabilidad mutua de la iglesia universal?».

La página del diario de repente se volatilizó. El Rev. Emmanuel Rolland, pastor principal de la catedral, me hizo volver a la realidad. Es hora de prepararse para la procesión de entrada. El Rev. Blaise Menu, que modera la Compañía de Pastores y Diáconos, sustituye a Charles Cellerier y la encabeza, y me piden que me una a él como Marc Boegner se unió a Cellerier en 1946.

Boegner, a quien Israel hizo justo entre las naciones en 1988, no escribió una autobiografía que habría incluido su compromiso ecuménico desde Edimburgo 1910 hasta el Concilio Vaticano II en los años sesenta. Todo lo contrario. Escribió un libro sobre el imperativo ecuménico, L’Exigence oecuménique, que le brindó la oportunidad de hablar sobre su vida. Boegner nunca olvidó febrero de 1946: “Más emocionante aún sería el servicio ecuménico celebrado en la noche del día siguiente en San Pedro. Era impresionante ver a esa multitud. El obispo Berggrav de Oslo predicó en alemán y Niemöller en francés. Fue un acto ecuménico de gran valor”. Fue el espíritu ecuménico en la catedral de Calvino.

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Vista exterior de la catedral el 17 de junio de 2018.

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*El Rev. Dr. Odair Pedroso Mateus es secretario general adjunto interino del Consejo Mundial de Iglesias, director de la Comisión de Fe y Constitución del CMI y profesor en el Instituto Ecuménico del CMI en Bossey. 

El autor dedica este texto a la Rev. Romi Benke, secretaria general del Consejo Nacional de Iglesias Cristianas del Brasil (CONIC, por sus siglas en portugués), en agradecimiento por su compromiso ecuménico valiente e inspirador.