21 de febrero de 2019
Por Albin Hillert*
Nuestro mundo es un mundo de migración. Aun así, los mitos y la mistificación persisten en nuestra idea del viaje, especialmente cuando se trata de enfermedades transmisibles, como el VIH.
Millones y millones de personas están actualmente en movimiento, ya sea para buscar refugio en un país extranjero, a causa de conflictos internos y desplazamientos, ya sea como víctimas de la trata de personas, o en busca de empleo y de mejores condiciones de vida.
Convertirse en migrante puede poner a una persona en un mayor riesgo de vulnerabilidad al VIH, ya que, a menudo, implica estar expuesto a malas condiciones de vida y de trabajo, exclusión social, explotación laboral, abusos y violencia, especialmente violencia sexual.
No obstante, en muchos lugares, los complejos obstáculos que deben afrontar los refugiados y migrantes también incluyen la falta de acceso a servicios de atención sanitaria y a la protección social. Es más, en muchos casos se da una desconexión entre los proveedores de atención sanitaria y los demás actores que apoyan a los migrantes y refugiados.
¿Cómo se pueden colmar esas lagunas?
“Si alguien me hubiese preguntado, cuando emigré hace muchos años, si alguna vez iba a necesitar servicios relacionados con el VIH, sin duda, hubiese respondido con un no tajante”, dice Wangari Tharao, meditando sobre su propia experiencia de migración desde Kenya hasta Canadá.
Hoy, Tharao es una representante de la Delegación de ONGs en la Junta de Coordinación del ONUSIDA. “Como trabajo para una organización que proporciona servicios de atención sanitaria a los inmigrantes y refugiados”, cuenta, “veo que la visión que tenía entonces del VIH sigue existiendo”. La epidemia de VIH se ha expandido, pero la forma en que lidiamos con el VIH como migrantes sigue siendo la misma”.
Para superar este desafío, las organizaciones religiosas, los asociados de la sociedad civil y los organismos de las Naciones Unidas están trabajando juntos para respaldar los esfuerzos e intensificar la colaboración en la prestación de servicios y en la gestión del riesgo de transmisión del VIH entre migrantes y refugiados.
El Rev. Mons. Robert J. Vitillo, secretario general de la Comisión Católica Internacional para las Migraciones y agregado de salud de la Misión Permanente de Observación de la Santa Sede ante las Naciones Unidas en Ginebra, es uno de los facilitadores del proceso.
Contrariamente a la creencia popular, dice Vitillo, “las estadísticas nos dicen que son más comunes los casos de migrantes que se infectan con el VIH en su país de acogida, que los que traen el virus de sus países de origen”.
Durante su intervención en una mesa redonda sobre VIH y migración, el 20 de febrero, el secretario general del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), el Rev. Dr. Olav Fykse Tveit, comentó que “en los países de acogida, los migrantes evitan los servicios sanitarios por temor a ser deportados, por falta de acceso explícito a servicios sanitarios o a un seguro de salud, o por las barreras lingüísticas o culturales”.
“A menudo se percibe a los migrantes como portadores de enfermedades, cuando la verdad es que son víctimas de negligencia e indiferencia durante el viaje al país de acogida o una vez ahí”, dijo Tveit.
¿Qué pueden hacer las organizaciones religiosas?
“Las comunidades religiosas tienen una gran capacidad –y la responsabilidad– de ayudar a desmitificar y derrumbar los mitos sobre el VIH y la migración”, dice Francesca Merico, coordinadora de la Campaña sobre el VIH de la Alianza Ecuménica de Acción Mundial del CMI.
Pero también hay obstáculos puramente prácticos. ¿Cómo cumple uno el tratamiento para el VIH cuando las condiciones de vida no le permiten acceder a espacios privados? ¿Y cómo supera el reto de tomar medicamentos contra el VIH, que requieren un consumo estable de alimentos nutritivos?
“Sabemos que los refugiados suelen recibir varios tipos de ayudas, pero existen lagunas entre los diferentes servicios. “Si podemos velar por que haya una mayor conciencia sobre los problemas que afectan a los migrantes y refugiados en relación con el VIH, las comunidades religiosas podrán desempeñar un papel importante para subsanar esas carencias”, agrega Merico.
El director del programa de salud de la Oficina Nacional de Caritas en Myanmar, Augustin Tual Sian Piang, insiste en destacar el potencial de las comunidades religiosas para provocar cambios, así como la gran influencia que los líderes religiosos tienen sobre sus comunidades. “Cuando algo sucede en una comunidad, la gente recurre en primer lugar a la comunidad religiosa, antes de acudir a una gran ONG. Pero además, los cambios de comportamiento llegan cuando hay un cambio a nivel profundo. Por lo que, al final, lo que cuenta son nuestros valores”.
“Esta es una cuestión de dignidad, y de identidad”, añade el Dr. Carlos van der Laat, coordinador del programa de atención de salud para los migrantes de la División de Migración y Salud de la Organización Internacional para las Migraciones. “Esa es la fortaleza de las organizaciones confesionales, que su respuesta se centra en el ser humano, y eso realmente puede cambiar la forma en que la gente percibe el tratamiento”.
*Albin Hillert trabaja para el departamento de comunicación del Consejo Mundial de Iglesias.
“Unir fuerzas, trabajar juntos”: el CMI acoge un taller sobre el VIH entre migrantes y refugiados (comunicado de prensa del CMI del 20 de febrero de 2019)