El metropolitano Job, destacada voz ortodoxa en el diálogo ecuménico mundial, reflexiona sobre el significado cósmico de la resurrección, la importancia espiritual de celebrar juntos la Pascua y el legado perdurable del Concilio de Nicea. Habla con pasión del papel de la iglesia, no como una reliquia del pasado, sino como una presencia viva que ofrece luz, renovación y propósito en un mundo fragmentado. A partir de la espiritualidad ortodoxa, explora cómo la fe puede guiar a la humanidad a través de la división, el sufrimiento y la incertidumbre moral. Mientras el mundo se prepara para celebrar el 1700º aniversario del Concilio de Nicea, este diálogo nos invita a recuperar la unidad y el coraje arraigados en la tradición cristiana.
En una época de profundas fracturas en el mundo, con guerras, desplazamiento, desigualdad y colapso medioambiental, ¿qué significa la resurrección de Cristo más allá de la iglesia, para las personas que viven en las sociedades actuales? Desde la tradición ortodoxa, ¿cómo puede esta proclamación de esperanza y significado existencial ser relevante para la necesidad humana de sanación, de transformación y de un propósito más profundo?
Metropolitano Job: San Pablo escribe en su primera epístola a los Corintios que “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación; vana también es la fe de ustedes” (1 Co 15:14). Obviamente, esto se aplica a los creyentes. De hecho, la resurrección de Cristo es el fundamento de la fe cristiana. Sin embargo, la resurrección de Cristo es un acontecimiento con resonancia cósmica. La Iglesia Ortodoxa canta el Domingo de Pascua: “Todas las cosas se han llenado de luz, tanto en el cielo como en la tierra, y debajo de la tierra”, porque esta luz es el Cristo resucitado, que se presenta a sí mismo como “la luz del mundo” (Jn 08:12). La cuestión es si aceptarlo o rechazarlo; si queremos vivir en la luz o permanecer en la oscuridad. Resulta interesante señalar que en los últimos años un creciente número de personas, sobre todo jóvenes, están viniendo a las iglesias pidiendo el bautismo, que la tradición ortodoxa llama “el misterio de la iluminación”. Están así eligiendo vivir en la luz. Sin duda porque la proclamación de la resurrección de Cristo da sentido a la vida, especialmente cuando nos enfrentamos a la muerte; ofrece esperanza donde el mundo habría permanecido en la desesperanza; y posibilita la renovación.

El papa Francisco saluda al metropolitano ortodoxo Job de Pisidia, como representante del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, después de la misa con motivo de la festividad de los santos Pedro y Pablo en la Basílica de San Pedro en el Vaticano, 29 de junio de 2023. Fotografía: CNS/Vatican Media
La celebración común de la Pascua este año en las iglesias ortodoxas y católicas ha sido vista por muchos como una señal de esperanza y aliento hacia una mayor unidad. Además de la importancia teológica de este momento, ¿qué podría revelar sobre el profundo anhelo humano de conexión, paz y reconciliación más allá de las divisiones históricas y espirituales? ¿Podría esta celebración conjunta ser un paso hacia una comunión más visible, no sólo entre las iglesias, sino entre las personas que ansían la unidad en un mundo fragmentado?
Metropolitano Job: Por suerte, ocurre cada cierto tiempo que todos los cristianos celebren la Pascua el mismo día. Esto se explica por el hecho de que todos fijan la fecha siguiendo la misma norma del Primer Concilio Ecuménico de Nicea: el primer domingo después de la luna llena de primavera. Sin embargo, no todos usan el mismo calendario para hacer sus cálculos: Oriente utiliza el calendario juliano, que actualmente está 13 días por detrás, mientras Occidente usa el calendario gregoriano. No todos usan los mismos datos astronómicos: Oriente utiliza tablas pascuales anticuadas, y Occidente usa datos astronómicos más precisos. Pero, algunas veces, los cálculos dan el mismo resultado, como ocurre este año. Ya en 1920, la famosa Encíclica del Patriarcado Ecuménico dirigida a todas las iglesias invitaba al cristianismo a adoptar un calendario común para celebrar juntos las grandes festividades cristianas. La unidad de los cristianos, incluyendo la celebración de las principales fiestas cristianas juntos el mismo día, es muy importante para el testimonio cristiano en un mundo dividido y secularizado: ¿cómo podemos dar un testimonio eficiente de Cristo si nuestro testimonio está fragmentado en varias voces, en ocasiones contradictorias?

Photo: Aleksander Wasyluk/OrthPhoto.net
El mensaje de Pascua del Consejo Mundial de Iglesias habla de “levantarse con alegría” y de la “esperanza que penetra en las grietas del mundo”. Pero en un clima mundial marcado por el miedo, el creciente autoritarismo y la ansiedad por el futuro, ¿cómo pueden las comunidades de fe aportar no sólo consuelo, sino una visión de la vida resiliente y fundamentada? ¿Qué perspectivas de la espiritualidad ortodoxa pueden llegar, incluso más allá de los círculos eclesiásticos, a las personas que buscan sentido, estabilidad y esperanza hoy?
Metropolitano Job: La resurrección de Cristo no sólo ilumina la oscuridad de nuestras vidas, sino también transforma nuestra visión del mundo y nuestra percepción de la vida. Es cierto que la muerte no desaparece de nuestro horizonte, de igual manera que la enfermedad no se disipa de nuestras vidas cotidianas ni el mal se desvanece de nuestro entorno. Todo ello permanece como consecuencia de la mala deliberación de los seres humanos, como san Juan explica en su Evangelio: “la luz ha venido al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz porque sus obras eran malas” (Jn 3:19). ¡La resurrección nos permite esperar contra toda esperanza! En la espiritualidad ortodoxa, la cruz y la resurrección son inseparables: son las dos caras de la moneda de un mismo misterio. No es posible llegar a la alegría de la resurrección sin pasar por Gólgota. Pero Gólgota no es el punto final: se abre a la tumba vacía de la resurrección. ¡La espiritualidad ortodoxa nos enseña a vivir el misterio de la cruz y la resurrección cada día!

Su Eminencia el metropolitano Job de Pisidia, del Patriarcado Ecuménico, vicemoderador de la Comisión de Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias. Fotografía: Metrópolis de Pisidia
Mientras el mundo se prepara para celebrar el 1700º aniversario del Concilio de Nicea en 2025, ¿qué puede este momento fundacional enseñarnos hoy, no sólo sobre la historia de la doctrina cristiana, sino sobre construir comunidades incluyentes y dialogantes en una era polarizada? ¿Qué sabiduría podría ofrecer Nicea a un mundo que busca una unidad más profunda y unos fundamentos morales comunes?
Metropolitano Job: El Concilio de Nicea fue un concilio de unidad: de unidad en la confesión de la fe mediante la adopción de un único credo universal, y de unidad en la celebración común de la Pascua, en una misma fecha. Como concilio de unidad, puede y debe seguir inspirando en la actualidad a los cristianos divididos. ¡Porque el espíritu de Nicea sigue vivo! El Concilio de Nicea promovió la sinodalidad a nivel regional y universal estipulando la celebración regular de sínodos. Hoy en día, en un gran número de diálogos bilaterales entre cristianos, podemos apreciar un creciente interés por promover la sinodalidad. La Iglesia Católica Romana ha dedicado los últimos tres años a este tema. El espíritu sinodal es un espíritu de diálogo y escucha. Nadie puede llamarse a sí mismo cristiano estando solo en una esquina. “Solus Christianus, nullus Christianus”, solía decir Tertuliano. Un cristiano necesita siempre a su comunidad. Necesita a los otros. De igual manera, cada iglesia local necesita a las otras iglesias, de lo contrario se convierte en una secta. Porque todas son una si están verdaderamente con Cristo.
En su papel como vicemoderador de la Comisión de Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias, ¿cómo ve a la iglesia, no sólo como guardiana de la tradición, sino como una presencia viva capaz de inspirar la reconciliación, la humildad y la valentía moral? ¿Cómo puede la Iglesia Ortodoxa en particular responder a esta época de incertidumbre generalizada y ayudar a las personas a redescubrir una esperanza que se vive, se materializa y transforma?
Metropolitano Job: Para mí, la iglesia no es una mera institución: es el cuerpo de Cristo, como san Pablo nos enseña: “Ustedes son el cuerpo de Cristo y miembros suyos individualmente” (1 Co 12:27). Esto implica que el propósito de nuestras vidas es encontrar a Cristo resucitado, de manera parecida al apóstol Pablo en el camino a Damasco, y no seguir las costumbres y tradiciones de una organización humana, por muy bien organizada que esté. Ciertamente, la iglesia es el repositorio de una tradición de siglos, y la ortodoxia se basa en el principio de la tradición. Sin embargo, la iglesia no puede verse reducida a un museo de cosas viejas. La tradición de la iglesia es un testimonio vivo y auténtico de la revelación de Dios: la revelación de un Dios que no sólo habló a través de los profetas, sino que se encarnó y vivió entre los humanos. La iglesia es la continuación y la actualización de esta encarnación de Dios, y es por ello que posibilita la reconciliación y la renovación. Para la Iglesia Ortodoxa, ser cristiano significa vivir con Cristo y en Cristo. Es él quien ilumina nuestras vidas cotidianas, quien es nuestra esperanza y quien transfigura nuestras vidas. Cristo nos inspira con una respuesta a todos los nuevos desafíos que se presentan ante nosotros siempre y cuando deseemos estar unidos a él.
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Patriarcado Ecuménico (en griego)