ARZOBISPO ANASTASIOS (YANNOULATOS)
Arzobispo de Tirana, Durrës y toda Albania (1992-)*
“La autoridad de Cristo resucitado”
En medio del cansancio, la confusión y la preocupación por todo el dolor que hay en nuestro planeta, y de la debilidad que nos producen las numerosas dificultades personales, sumiéndonos a menudo en el agotamiento, la Pascua viene para arrojar luz abundantemente y ofrecer algo único: la fuerza de la Resurrección; el triunfo del poder del Dios del amor.
Jesús Dios y hombre, calumniado por el statu quo religioso, condenado injustamente por las autoridades, vilipendiado por las multitudes, no solo resucita victorioso, sino que recibe la autoridad absoluta de Dios Padre: el Señor resucitado asegura a sus discípulos: “toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18) y les encomienda predicar este mensaje de alcance universal a todos los pueblos.
El inimaginable poder de Dios se reveló jubiloso en la Resurrección. Jesús aceptó voluntariamente la humillación de la Pasión y aplastó la dinastía del poder demoníaco, un poder basado en la arrogancia y el egoísmo: Nos redimió de nuestros pecados en la cruz y, “venciendo la muerte con la muerte,” nos ha concedido la vida: “la vida eterna”. Dios Padre puso a su Hijo crucificado y resucitado “por encima de todo principado, autoridad, poder, señorío y todo nombre que sea nombrado, no solo en esta edad sino también en la venidera. Aun todas las cosas las sometió Dios bajo sus pies” (Efesios 1:21-22). Durante la Pascua, lo que celebramos es este cambio redentor.
Dios Todopoderoso puso a Jesucristo “por cabeza sobre todas las cosas para la iglesia” (Efesios 1:22). Y la iglesia, como comunidad eucarística de la Resurrección, predica el misterio del Dios Trino, la salvación del ser humano en Cristo por el Espíritu Santo, y proclama la trascendencia final de la muerte y nuestra participación en la vida del Resucitado. Como reflejo de “su cuerpo, la plenitud de aquel que todo lo llena en todo (Efesios 1:23), la iglesia irradia la gloria del Señor vivo a toda la creación. Perdura a través del tiempo con una firme esperanza escatológica de que todas las demás fuerzas se someterán al final de los tiempos a Su propia y única autoridad de amor.
No obstante, la autoridad de Jesús sobre la humanidad es muy diferente de los poderes mundanos. En el momento crucial de la Pasión ante Pilato, Jesús declaró: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36). Al mismo tiempo, nos recordó que Él puede imponer Su autoridad en cualquier momento (Mateo 26:53). Realizó una clara distinción entre lo espiritual y lo mundano; un orden que durará hasta Su glorioso retorno.
En contraste con las diversas tradiciones teocráticas que vinculan el poder religioso con el estatal, la iglesia debe permanecer coherente en su papel espiritual. Invocar el nombre de Cristo no tiene cabida en los planes con miras al oportunismo político y la opresión de personas y comunidades. Jesús proyectó una concepción diferente de la autoridad en la sociedad humana. Mientras que los gobernantes de este mundo suelen dominar, despreciando la dignidad de los ciudadanos y oprimiendo a los débiles, Jesús se basó en el principio y modelo del ministerio al prójimo y vivió como “el que sirve” (Lucas 22:25-27), y dio este ejemplo a Su pueblo, a Su iglesia. Al enviar a sus discípulos al mundo, les transfirió su poder y les confió su autoridad espiritual. Insistió en que ejercerla consistiría en el ministerio; en la entrega desinteresada.
La autoridad del Cristo resucitado está relacionada con la Pasión voluntaria. El Señor sigue siendo compasivo con el sufrimiento de todas las personas. La Resurrección no es algo que sucede de manera independiente, después de la experiencia de la Cruz, sino que existe en la propia Cruz, en la Pasión, y nuestra aceptación del Cristo crucificado y resucitado nos lleva a la experiencia de la Resurrección. Creemos en el Dios de la misericordia, que se inclina amorosamente hacia los seres humanos heridos por el pecado. No es opresivo; es el que sirve. No es vengativo, sino que perdona. No oprime, sino que redime. No se impone con grandes alardes ni demostraciones públicas; actúa en discreto silencio. Y, por encima de todo, Su autoridad es redentora, en forma de don de perdón y de amor. El Jesús resucitado respeta la libertad y la santidad de toda persona, incluidas aquellas que dudan de Él. No infunde miedo; libera la existencia humana del miedo, y especialmente del miedo a la muerte. Las personas que lo siguen consideran esta autoridad como la más importante, y es esta autoridad la que deben ejercer.
Hoy en día tenemos la sensación de que la humanidad está sometida a distintos poderes incontrolables: poderes políticos, militares, económicos, jurídicos e ideológicos, que llevan arbitrariamente a la confusión, con trágicas consecuencias. En el contexto de la frustración generalizada que sentimos por la forma en que los poderosos ejercen el poder, la resurrección de Cristo aporta un destello de esperanza. Nos recuerda que, al margen de los trágicos e incomprensibles acontecimientos actuales, el destino del mundo no depende en última instancia del poder y el conocimiento acumulados ni de su uso arrogante por parte de los poderosos de la tierra. La autoridad esencial y final está en manos de Aquel que ha respetado plenamente la libertad de la humanidad, hasta el punto de interpelar a las personas estrictas desde el punto de vista religioso. Su autoridad reúne el poder místico de la justicia, la paz, el amor y la vida. Sigue actuando redentoramente en la historia de la humanidad, aunque muchos duden de Él en teoría o en la práctica. Y es este poder el que en última instancia juzgará al mundo.
Nuestro optimismo se basa en esta certeza. No se trata de una teoría ambigua; el poder omnipotente del Señor se revela a menudo en nuestra vida cotidiana. Esta verdad nos da resiliencia y valentía incluso en las fases más dolorosas de nuestra historia mundial y personal, y también nos da poder y energía para intervenir en los acontecimientos históricos. Su iglesia, que es “Su Cuerpo”, y cada una de sus células, que son sus miembros, evangelizan y comparten la energía y la presencia viva del Dios y hombre en la historia. Sus miembros ejercen esta autoridad espiritual y deben actuar en Su nombre como agentes de justicia, reconciliación y pacificación. Deben dirigir sus esfuerzos a abordar las cuestiones históricas, locales o mundiales con una conciencia iluminada, y con criterios espirituales claros. Su pueblo no debe seguir patrones de opresión y autoridad. Cree en el poder y la autoridad espiritual del amor y se somete a él. Esa es la base de su libertad.
El Señor, a quien le ha sido dada “toda autoridad en el cielo y en la tierra”, no es una entidad lejana, perdida en la niebla del pasado. Está vivo, con su presencia reconfortante e inspiradora en nuestras mentes, corazones y conciencias. La conciencia de la presencia del Señor resucitado, vencedor de la muerte y soberano del universo, es el elemento más esencial de la experiencia cristiana. La certeza de que Él está incesantemente con nosotros “todos los días de nuestra vida” nos alivia en nuestra existencia, incluso en medio de la tormenta de la injusticia y de la guerra, cuando nos rodean los “dolores de la muerte” y nos sacuden los torrentes del caos.
Dejemos que la certeza de que “toda autoridad en el cielo y en la tierra” le ha sido conferida a Él, el Señor del amor, resucite nuestro optimismo herido con respecto al futuro del mundo.
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*Profesor emérito de la Universidad Nacional y Kapodistríaca de Atenas
Miembro honorario de la Academia de Atenas
Expresidente del CMI
Presidente honorario de la Conferencia Mundial de Religiones por la Paz
Senador Honorario de la Academia Europea de Ciencias y Artes (Salzburgo)